jueves, 7 de octubre de 2010

Atalea. Los deseos del Pozo de Sluça.

Cuentan las olas cuando suben y bajan con las mareas, que hubo una vez una atrevida faneia*, atraída por los silbidos de los pescadores de las ciudades costeras de Sluça y por los cánticos de las especies voladoras de tierra firme, que decidió abandonar su Océano amado e investigar las tierras azules, que tanto se le parecían.

Nada más salir la sensación no fue buena, pues el suelo de la tierra es seco y duro, y se le clavaba en sus delicados y finos pies, acostumbrados al agua y a flotar. Sin embargo, como pudo se fue acostumbrando a la nueva sensación y se dejó fascinar por la flora y la fauna que ante ella se abría. Aves celestes que extendían sus alas y planeaban, mientras al tiempo graznaban hermosas melodías. Dulces aromas que emanaban de las flores azul cobalto, que nada tenían que ver con el olor a sal de las escurridizas algas del Océano. Los frutos que colgaban de los árboles, y que supo que se podían comer al ver a unos gumpa** colgarse de las ramas y cogerlos, llenaban su boca con explosiones dulces, líquidas, amargas e incluso pegajosas. Aquello era maravilloso, todo un mundo nuevo y fascinante se abría ante ella, y sólo pensaba en investigarlo más y más.

Una tarde, mientras saboreaba un precioso y dulce fruto, escuchó cómo un tumulto cantando se acercaba. Un gran grupo de botanys, de piel azul de diversos tonos, recogían y cortaban frutos y hierbas. De nuevo un delicioso espectáculo, pero esta vez para sus finos oídos, que acostumbrados a los amortiguados sonidos de las profundidades sonaban libres, rápidos, ligeros. Tanto disfrutaba de lo que escuchaba, que no se preocupó de esconderse y cuando quiso darse cuenta, un apuesto botany la miraba incrédulo. 

Qué distinto era, con respecto a ella. Piernas fuertes, brazos musculosos, piel color cian, largo pelo trenzado... El joven casi ni se movía, sólo la miraba. Parecía tener miedo de hacer algún gesto y que la faneia desapareciese. Atalea, que así se llamaba la joven del Océano, se puso de pie lentamente, y con suavidad ( para no sentir el duro suelo, al que no terminaba de acostumbrarse, no os vayáis a creer) se acercó al hermoso recolector y le acarició. Quería sentir su tacto, su temperatura, tenerle cerca para olerle. Y entonces vino una idea a su cabeza, que no pudo frenar, y sin previo aviso le besó. Sabía a frutos ácidos como las bayas de Sluça, que ya había tomado en varias ocasiones, y en su boca se mezclaban la humedad, lo tibio y la sorpresa. 

Pero algo la frenó. ¿Qué era aquello? Una extraña sensación la recorrió del estómago hasta la cabeza y rápido hasta los delicados y finos pies. Era incómodo, tendía a expandirse y rápidamente a contraerse, para de nuevo volver a explotar. ¿Qué había pasado? ¿Qué tenía aquel joven en sus labios, que tanto la había afectado?
Como la pólvora salió corriendo a pesar del dolor de sus pies. No podía quedarse allí. Debía huir lejos para apartar de ella aquel sentimiento. Si marchaba y dejaba atrás al botany la sensación se desvanecería. Estaba segura... Pero nada cambió. Pasaron los días y las noches y lo único que pasaba por su cabeza era el momento en el que tocó suavemente los labios cian del chico. Volvió al Océano, a ver si de aquella manera se curaba de aquel mal. Pero era inútil, había sido envenenada y nada parecía ayudarla. Sólo la Madre Aldebodal podría sanarla. Así que, como decían las leyendas de las ancianas faneias del fondo del Océano, cruzó las fuertes corrientes del río Luça y siguió hacia arriba para ver si llegaba al Monte Daymantos. Pero afectada por lo que sentía, dejó de comer y el cansancio pudo con ella. Salió a la orilla y allí lloró. Y entre sollozos y rezos, súplicas y lágrimas, pidió a la Creadora que borrase de ella aquella sensación que la privaba del sueño y el hambre. Vencida por el agotamiento, se durmió.

Al despertar, se encontraba en un pequeño islote con vegetación, dulces frutos, hermosas y aromáticas flores y algunas especies voladoras, aquellas que más le gustaba oír mientras disfrutó en la tierra. Sin embargo, la sensación de ver todo aquello, ya no era igual. 
Además, algo extraño pasaba. Del cielo llegaba una luz, pero alrededor todo estaba oscuro. El aire era denso y húmedo. Afinó la vista y descubrió lo que pasaba. Se encontraba en un profundo pozo. Una fuerte pared de ladrillo crecía a su alrededor, hasta perderse en la lejanía ¿Cómo habría llegado allí? Lo último que recordaba era estar llorando a la orilla del río Luça por aquel mal que... Ya no sentía. Aquella sensación que tanto la agobiaba había terminado, y aquel recuerdo que aún poseía la daba absolutamente igual.
Entonces sintió calor, tranquilidad y que algo bueno se acercaba a ella.

- He elegido todo lo que más te gustó durante tus días fuera del Océano - le dijo una niña sentada a su lado mientras hacía dibujos en la arena con el dedo.
- Gracias - contestó Atalea.
- Me dolió mucho verte tan triste, y no pude evitar escucharte y hacer lo que me pedías. Por eso, he borrado de ti el amor - Así que esa era la enfermedad que la atenazaba-. Pero alguien sin amor, es muy peligroso para andar suelto por el mundo, por lo que también te regalo esta cárcel de oro. Lo siento -dijo con verdadera pena en su voz-, pero créeme, es la única forma de poder cumplir tu petición.
La faneia no se sentía mal. Si poseyese la capacidad de amar, quizá al saber esto pensaría en lo mucho que iba a echar de menos aquello que le gustaba, pero no era así. Le parecía un maravilloso plan permanecer en aquel cómodo y agradable lugar, el tiempo que hiciera falta.
- Te concedo también parte de mí, por lo que ya eres hermana de seres como Enarte o Ardif y Dogei, pero tú tendrás la capacidad de hacer realidad los deseos y anhelos de quienes hasta este pozo se acerquen, con tu juicio libre de amor, cariño o ternura.

Y dicho esto, la pequeña se desnudó y al quitarse la ropa, era una hermosa joven. 
- Te daría un abrazo para despedirme, pero ya no puedes apreciarlo - se metió lentamente en el agua y sin mirar atrás, se sumergió para no volver a aparecer.

Desde entonces, Atalea canta aquella canción que oyó a unos recolectores botany, desde lo más profundo, en su islote, y escucha los deseos de quienes se acercan al borde el viejo pozo.Valora sus deseos, y en función del juicio les impone un precio, que no todos son capaces de pagar. En ocasiones es una pequeña donación, una ofrenda alimentaria, o el sacrificio de un pequeño animal. Pero otras veces, disfrutar de ver los deseos cumplidos requiere de traiciones, pérdidas de seres queridos o la pérdida de algo aún más valioso. Tal es el precio que la faneia requiere.
Dicen las viejas que aquellos que no saldan su cuenta, son perseguidos por la hipnótica voz submarina de Atalea, día y noche, hasta volverlos locos.

Así pues ten cuidado con lo que deseas y si de veras lo quieres ver cumplido, pues todo tiene un precio... y Atalea no lo perdona.



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*faneia: especie racional de Aldebodal que habita normalmente en las aguas del Océano, y que esporádicamente se deja ver flotando por sus aguas. Suelen ser muy curiosas, y acuden a cualquier estímulo que les llame la atención. Les caracteriza su aspecto femenino, el color pálido de su piel y sus puntiagudas, finas y alargadas orejas. Como muchas otras especies en Aldebodal, no poseen sexo fisológico fijo, sino que a lo largo de su vida sufren varios cambios.
**gumpa: similar a un mono, típico de la región de Sluça. Se alimenta de frutas y vive en grupos de grandes familias. Su pelaje es de color azul oscuro y en la zona de la cabeza y la punta de la cola, forma una puntiaguda cresta.