miércoles, 25 de abril de 2007

NOOO!!! 16ª Parte

... Cuando por fin descendió, el pequeño ez-Suaga salió de entre los pliegues de la ropa, para observar dónde se encontraban.

Era de noche. Las dos lunas de Aldebodal,
Óbsel y Onókim, brillaban en el firmamento, colmado de estrellas agrupadas en constelaciones, cada una con su leyenda. Mirando alrededor, no cabía la menor duda de dónde se encontraban. Las casas, construidas con key (piedra preciosa, de color blanco) eran brillantes, alargadas, estilizadas y armoniosas. El suelo también era de key, sólo que éste había sido tratado para que fuese transparente y dejase ver el caudaloso río que fluía por debajo. Sus aguas eran de color blanco y la corriente parecía espesa, como si en lugar de agua fuese leche. No podía ser de otra forma, aquel agua densa era el Manantial Sirhi Okra, río inicial del que se desgajan los otros seis ríos principales de Aldebodal. Acababan de llegar, sin lugar a dudas, al Monte Daymantos, hogar de la Emperatriz de Aldebodal y lugar de residencia de los representantes de las familias botany. El sistema político de los botany se sustenta en un complicado entramado de familias, cuyos representantes viven en esta ciudad. También habitan el Monte Daymantos, personalidades como consejeros, personal de asistencia, investigadores, científicos, así como magos y hechiceras de la Madre Aldebodal, aprendices de las familias, etc.

Lentamente, sin hacer ruido, Trunck se deslizaba por las brillantes y blancas calles de Daymantos. Se camuflaba a la perfección, era una sombra más entre la luz de las lunas. Por fin, llegaron a un palacete. En comparación con otras residencias de la zona, era pequeña, muy modesta, pero junto a una choza de algún poblado de la Región de Sojor, era el hogar de un dios.
Saltaron la verja, sin hacer el menor ruido, y con un simple movimiento de mano, la cerradura de la casa cedió. En el interior todo era recargado, a diferencia de la sobriedad de toda la ciudad imperial del Monte, aquel lugar era barroco, saturado de ornamentos. Subieron unas grades escaleras y el pequeño ez-Suaga notó cómo el treico intentaba buscar algún pensamiento que le indicase donde había seres vivos, así que extremó precauciones para que su pensamiento no le delatase. De pronto la actividad cesó. Había encontrado a quien estaba buscando.

Al triga, le pareció todo muy raro. ¿Por qué hacían todo esto? ¿Por qué entraba de aquella manera en una casa? ¿De qué conocería a quien estaba buscando? ¿Qué iba a hacer con él si seguramente no estaba despierto? ¿Sería el dueño de aquel palacete quien le envió el painco? Poco a poco sus dudas iban a esclarecerse.
¿Quién? Al entrar en la habitación, Suaga se quedó sorprendidísimo, pues se encontraba ante una de las personas decisivas, o al menos eso se dijo, en la batalla de la Emperatriz contra los Sizan. Él era Tuimbus Teydoj, un antiguo consejero de algunas de las familias que se consolidarían como Sizan, para derrocar a la Emperatriz (Ver 7ª Parte). La historia cuenta que tras ver el estado de violencia y decadencia al que sometieron los Sizan a los botany, Tuimbus decidió cambiar de bando y ayudar a Endora, siendo de gran ayuda con todo su conocimiento privilegiado como consejero. Sin embargo, murmuran las malas lenguas que negoció con la Emperatriz un puesto cómodo y de modesto poder, a cambio de toda su información y conocimientos sobre los Sizan.
Aquel ser, estaba durmiendo tranquilamente, era de piel morada, lo que indica que debió vivir en la Región de Sodárom durante su infancia, o gran parte de su vida. Era obeso, tanto que parecía que la barbilla se multiplicaba varias veces. La cabeza rapada al cero, sin un solo pelo en ella, así como varios pendientes y escarificaciones leves en su rostro, como mandan las antiguas leyes Sizan. Al dormir, emitía un desagradable y sonoro ronquido, que hacía que sin conocerle, desearas que enmudeciese por obra de la Madre Aldebodal. Si aquel ser había mandado llamar a Trunck, desde luego no le estaba esperando, pues su sueño era profundo y abstraído de todo lo que pudiera suceder a su alrededor.

Entonces, claro como la luz de Oxes en la mañana, el pensamiento del treico se reflejó en el de Suaga. Mientras Trunck alzaba una mano y concentraba toda su rabia en ella, Suaga supo lo que pasaría a continuación. Como si le hubiesen despertado de golpe, oprimiendo sus múltiples barbillas, con los ojos abiertos de par en par, Tuimbus comenzó a retorcerse, intentando zafarse de la fuerza que le oprimía. El color de su piel se tornó mucho más violáceo, y Suaga pudo escuchar en su mente, cómo su pulso se aceleraba intentado sobrevivir a lo que le ocurría. Tuimbus lo sabía, por su cabeza pasaban pensamientos en los que se repetía esta frase: "Sabía que algún día esto pasaría". El triga no lo podía soportar, estaba experimentando su dolor, su angustia, su agonía, su desesperación, su resignación ante lo que le estaba ocurriendo... Hasta que todo aquel sufrimiento le superó y sin poder controlarlo, saltó del pliegue de la ropa del hombro de Trunck y recuperó su forma original mientras gritaba: NOOOO!!!!

lunes, 16 de abril de 2007

De nuevo el Painco 15ª Parte

...Un horrible graznido despertó a Suaga. Aquel sonido repelente, no sólo le raptó de su placentero y apacible descanso en los brazos de su treico, sino que le regaló una gran dosis de intranquilidad y desasosiego. Era el painco. El ser repugnante que trajo la duda colgada en su cuello y el temor de su pico.
Suaga notó que Trunck ya no estaba en la cama, por lo que de un salto se dirigió a la gran terraza del palacio, donde la otra vez se posó el engendro. Allí los vio. El treico leía una carta, traída seguramente por el pájaro, el otro le miraba desafiante, y en su pico parecía dibujarse una sonrisa maliciosa. Taicomos llegó con un cuenco lleno de carne cruda y se lo dio al painco, que lo engulló todo rápida y vorazmente, como si nunca hubiese comido, o como si el keilar fuese a retirar el cuenco enseguida y no pudiese terminarlo todo.

Cuando terminó de leer lo que decía la carta, Trunck la dobló cuidadosamente y la guardó. Miró al painco
malhumorado y después a Taicomos con la mirada astiada. Tras perder la mirada en la lejanía del paisaje durante un momento, Trunck pareció recobrar la vida y el interés por lo que ocurría a su alrededor y se dirigió a la habitación. Suaga, al ver que se encaminaba hacia donde él estaba, se retiró unos pasos y después recuperó la dirección hacia el gran balcón de palacio, para que pareciera que venía del cuarto y ahora salía a la terraza. Todo esto aderezado correctamente con una dosis de buen teatro, interpretando el papel de recién levantado que no es capaz de centrarse.

Cuando Trunck y Suaga se cruzaron, el treico no sospechó nada. El triga le abrazó para darle los buenos días y le dio un beso.

- Lo siento Suaga. Ha vuelto el momento de la confianza ciega y la espera sin preguntas ni respuestas. Debo subir a ponerme mi indumentaria y partir ahora mismo.

- ¡Cuánto tiempo estarás fuera?

- No lo se. Entre cuatro y seis días - la cara de Suaga se encogió en una mueca de fastidio -. Intentaré regresar antes, lo prometo. Mientras tanto le he hecho firmar a Taicomos un papel en el que me prometía entretenerte con su cálida verborrea - sonrió Trunck dulcemente.

Y dicho esto,subió al dormitorio a cambiarse. "No puedo" pensó para sí el triga. Desde que se conocían, el painco se había presentado en casa ya cinco veces, y en las cinco había pasado varios días con el corazón encogido hasta que Trunck volvía. Esta vez sentía la necesidad imperiosa de saber a dónde iba y qué hacía donde quiera que fuera. Así que lo tuvo claro, le perseguiría, tomaría la forma de un minúsculo insecto, uno cuyo cerebro es tan pequeño, que Trunck no podría escuchar sus pensamientos, y se pegaría a su ropa, como una polilla a la tela.
Le esperó como hubiera hecho habitualmente, mirándole desde la puerta de la habitación mientras se cambiaba de ropa, con cara de "no te vayas". Cuando terminó, pasó junto a Suaga y casi ni le miró. Entraba en su papel serio y ya no existían amigos, conocidos, y ni siquiera amor. No sabía qué tendría aquella ropa, pero parecía aislarle de todo sentimiento.
Cuando estaba a punto de bajar las escalares que conducen al gran salón y después al balcón, Suaga tomó la forma de un ez. Un ez es una mezcla entre un mosquito y un ácaro, muy pequeño. Se dejó llevar por las corrientes de aire y agitó sus alas rápidamente, acoplándose en los pliegues del hombro de Trunck. Éste salió al balcón y le hizo una señal al painco, que echó al instante a volar desplegando sus oscuras y lúgubres alas. Trunck dio un enorme salto y le siguió, con su amante pasajero en el hombro...

jueves, 12 de abril de 2007

Lo que digas que sea para siempre II 14ª Parte

... El cuerno de Suaga comenzó a alargarse y a desprender un brillo cada vez mayor. Aunque más que un brillo eran destellos, como los que lanza un faro cuando sabe que un barco necesita de su luz. Los ojos lila del triga se quedaron en blanco, le cambiaron de color, como si una nube los empañara. Su cuerpo comenzó a tensarse y a perder la gravidez, para elevarse, lentamente.
Trunk intentó agarrarle, pero pronto comprendió que aquello era parte de un proceso vital del triga y que no debía poner impedimentos al mismo.
El destello de su cuerno era cada vez más intenso, los zaipdos alzaron el vuelo y comenzaron a planear alrededor del flotante Suaga. Un calor de hogar llegó hasta el treico desde lo alto, se sentía tranquilo, a gusto, acogido, protegido, en el lugar al que pertenecía, siendo espectador de uno de los más hermosos acontecimientos del universo, pues era el momento en que un triga compartiría con él su magia, su felicidad, su amor.
La sensación era tan placentera y le llenaba tanto que cerró los ojos, y en ese instante sintió como sus pies se despegaban del suelo y su cuerpo se dirigía hasta Suaga, esquivando el vuelo de los zaipdos. Por fin cuando estuvo junto a él, abrió los ojos y vio cómo el ser que tenía enfrente era pura emanación de luz, era la fuente de toda tranquilidad, de toda paz, de todo sentimiento puro. Suaga le abrazó y la claridad se intensificó. Sintió cómo se fundían en uno, cómo entraban sus cuerpos el uno del otro, hasta ser una sola existencia. En el instante que fue consciente de esta unión, sintió que se expandía, que estallaba, y poco a poco fue descendiendo, como la pólvora de los fuegos artificiales.

Al abrir los ojos se percató de que había perdido el conocimiento, y ahora Suaga le sujetaba entre sus brazos acariciándole suavemente la cara.

- Ahora llevas algo de mí en ti, y yo algo de ti en mí. Si algún día me faltaras no me sentiría completo. Ya sólo tú me completas.

Y de nuevo se convirtió en un galaiko enorme para volver a casa, esta vez rebosantes de complicidad.