martes, 24 de julio de 2007

Sólo podía ser así. 22ª Parte

...Trunck tomó a Suaga entre sus brazos y se lo llevó lejos de aquel palacio, que desde entonces sería recuerdo de pena y sufrimiento para él. El cuerpo del triga pendía entre los brazos del treico, como nunca antes lo había hecho. Aún podía recordar cómo Suaga le abrazaba, cómo le acariciaba con sus preciosas manos, ni muy grandes ni pequeñas, simplemente perfectas, cálidas, sabias, cariñosas...

Todo eran recuerdos, todo era Suaga. El aroma de una flor, le recordaba al día en que juntos hicieron un ramo gigantesco por el simple hecho de hacer algo juntos. El sabor de las frutas le traía a la memoria los primeros días en que Suaga jugó con él y le exigió distintos platos antes de dejarle poseerle. El vuelo de los pájaros le recordaba a Trunck que el animal preferido del triga era el zaipdos... Todo recuerdos...

Decidió no enterrar aún el cuerpo, y le pidió a Taicomos que le ayudase a confeccionar una urna en la que mantener a Suaga. Aún con la desaprobación del keslar, éste lanzó un hechizo sobre el cuerpo inerte, para que su descomposición fuese mucho más lenta de lo normal, algo que sólo sabría hacer un keslar o los conocedores de la magia más ancestral de Aldebodal. Entre los dos, crearon una urna cristalina, como una cama cubierta, tras varios días de trabajo. los bordes eran dorados, igual que las patas. Las sábanas eran suaves y frescas al tacto, blancas como el líquido que mana del Manantial Sirhi Okra. Trunck dejó desnudo al triga y le tapó con las sábanas, como si aún continuase durmiendo y de un momento a otro fuese a despertarse y darle un beso a traición, como tantos amaneceres hizo.

Casi ni comía, sólo permanecía junto a la cristalina cama, día y noche contemplando el cuerpo del ser que mejores momentos le había hecho pasar, del joven con el que había compartido los momentos más dulces que podía recordar, del triga que le había enseñado a reír sinceramente, dejando escapar, y compartiendo con él, su alma. Viendo cómo se consumía en la inactividad, y no pudiendo soportarlo más, Taicomos decidió tomar cartas en el asunto. De un manotazo en la nuca le despertó.

- ¿Crees que es esto lo que Suaga quería para tu vida? ¿De verdad piensas que esto es lo que deseaba para su muerte? - Trunck permaneció inmóvil y atónito ante la actitud de Taicomos -. Si esto es lo que piensas hacer el resto de tu existencia, sería mejor que hubieses permitido al resto de las criaturas que tomasen un pedazo de la felicidad que este triga les hubiese otorgado.

- ¿Y qué debo hacer según tú? ¿Incinerarle y sembrar con sus cenizas el césped del jardín? ¿Llevar su cuerpo al lugar al que nació y enterrarle allí? ¿Descuartizarle yo mismo y repartirlo en los bosques próximos, y así resarcirme de lo que hice? Yo sólo quiero que esté conmigo, que cada mañana le pueda ver, saber que puedo acariciar su mano...

- ¿Y de qué te sirve, si él ya no puede contestarte con otra caricia? -le dijo el keslar, mientras una lágrima le escurría por la mejilla -. De todas formas, es cuestión de tiempo que su cuerpo comience a corromperse. Mi hechizo lo retrasa y hace de ello un proceso mucho más lento, pero poco le faltará para que la putrefacción se haga visible - se secó las lágrimas -. Debes hacer algo, Trunck...

Sintiendo el mayor dolor que un ser vivo pudo alguna vez sentir en todo Aldebodal, llorando con la más profunda de las penas, temblándole el pulso, la voz y el ánimo, El treico enterró el cuerpo de su amado en el jardín de su palacio, para poder, de alguna forma, aún sentirle cerca.

Y así, con las lágrimas de sus ojos, regaba cada día el lugar en que descansaba su alegría...

Pocos días después del doloroso entierro, Trunck observó cómo la zona se llenaba de pequeños brotes, que en poco tiempo germinaron, cubriéndolo todo de un pequeño manto colorido. No cesaba de florecer, cuando una moría, otras dos nacían, haciendo brillar la tumba más y más cada día.
Una mañana, cuando Trunck se acercó a visitar el pequeño jardín, se dio cuenta de que un gran tallo había comenzado a brotar entre el resto. Era grueso, fuerte y se erguía buscando la luz del sol. Cada día que pasaba, se hacía más grande, por lo que el treico decidió regarlo y cuidarlo. Una mañana, la emoción de Trunck fue en aumento al descubrir que un pequeño capullo comenzaba a germinar de la gran planta. Esto animó al treico a seguir cuidando de la misma, que crecía y se hacía cada vez más y más grande. Nunca había visto una flor tan gigantesca. De hecho, aquel capullo era demasiado grande, una flor normal ya hubiese abierto sus pétalos y habría dejado al aire sus estambres y pistilos, mas esta, no lo hacía. A Trunck le rondaba una idea por la cabeza, pero no lo quería creer. Era un pensamiento que le perseguía desde hacía algunos días, pero no quería que se desarrollara, pero... y si esa flor...

Oxes acarició dulcemente la cara de Trunck, como una madre acaricia la mejilla de su hijo el día de su aniversario. Abrió un ojo, y se asustó al ver a Taicomos, llorando frente a su cama, con una sonrisa de oreja a oreja.

- Nunca nadie lo hizo antes, y tú lo has conseguido.

- ¿Qué dices Taicomos? Es muy pronto y me cuestan los acertijos.

- Tu amor, tus lágrimas, tu resistencia, tus ganas de que volviera, tu paciencia ante la lucha, pero sobre todo, por lo mucho que le quieres...

Una luz se encendió en la cabeza del treico, que dio un respingo en la cama y cogió al keslar de los hombros.

- ¿Qué dices? ¿Explícate?

- Sal al jardín, Trunck, y ríe, porque vais a ser todo lo felices que os merecéis.

Bajó corriendo las escaleras que llevaban de las habitaciones a la planta baja, desde donde se podía acceder al jardín, y según iba bajando, notaba cómo el cuerno que había heredado crecía y palpitaba, como si respondiese a una llamada. Por fin, desde el gran ventanal de acceso, todo quedó claro. Sus ojos se nublaron por las lágrimas, y la felicidad llenó su existencia. Una sonrisa brotó en sus labios y juró mentalmente que jamás ya se borraría. Lentamente se acercó a la gran planta. Ya de cerca lo pudo ver nítidamente. El capullo había comenzado a abrirse y algunos pétalos comenzaban a aflorar. Justo en el centro, la planta destelleaba, brillaba, como un faro en mitad de la noche. Un precioso cuerno blanco asomaba entre los pétalos naranja...

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