miércoles, 3 de enero de 2007

Ardif y Dogei


Según cuentan los más ancianos botany de la región de Sollirhama, como a ellos un día les contaron los más ancianos, cuando la Suma Creadora hubo terminado de modelar Aldebodal y a los botany, encomendó a dos de ellos, sus más amados, el cuidado de una pequeña caja. Les rogó que defendieran esa caja con su vida y con el amor que se profesaban mutuamente, pues dicha caja, contenía un ingrediente que había creado, pero que prefería no dejar suelto en Aldebodal, sino mantenerlo cautivo en dicha recipiente.

Ardif, una botany hermosa de piel amarillo oscuro, buena aventurera de los bosques de Sollirama, y Dogei, esbelto y fuerte, de piel magenta, gran creador de herramientas, armas y armaduras, como lo fueron sus antepasados de Sójor, guardaron durante muchos años la oscura y misteriosa caja. Ambos se amaban como muchos desearían. Mas este amor tenía una pega, Dogei era muy desconfiado. Sentía celos. Si Ardif hablaba con el mercader de la aldea más de lo que a él le parecía lo normal, su alma se encogía; si su amada se retrasaba por cualquier motivo, sin él saberlo, se angustiaba; mas nunca reaccionaba de manera violenta, simplemente, su ser se entristecía. Una tarde en que se sintió de esta manera, tan angustiado estaba, que decidió abrir la caja, para que lo que fuera que hubiera en ella, acabara con él y su angustia, y librara a Ardif de semejante obsesivo (como él pensaba).
Y así,decidido a acabar con su existencia, tomó la oscura urna, y rápidamente, la abrió. Pero cual fue su sorpresa al descubrir la nada en su interior. Nada salió de ella, nada vio en ella, por lo que nada debía haber en ella ¿La Gran Madre les había tomado el pelo durante todos estos años?
Veloz fue a contárselo a su amada, olvidando su pena y angustia, mas cuando llegó al lugar donde se encontraba Ardif, sintió que le arrancaban toda su esencia de golpe. La hermosa botany se había mustiado, el color de su piel era muy oscuro, como el de las hojas cuando caen en la triste estación, su pelo se había empobrecido, volviéndose frágil y quebradizo, y sus ojos estaban perdidos en el infinito, como si no pudiera ver aunque mirase.
El robusto botany invocó la presencia de la Gran Madre para que le ayudara y le explicara el motivo del estado de su amada. Al verla, supo que Dogei había abierto la misteriosa caja y aquello era consecuencia de dicho acto, pues en la caja, lo que había guardado eran las enfermedades, que nunca debió crear.
No hubo represalias, no hubo castigo, ni ira de la Creadora por desobedecer. La Gran Madre asumió su culpa por dejar algo tan peligroso en manos agenas. Sólo hubo pena, sólo hubieron lágrimas que se escaparon de sus infinitos ojos.

Sin perder un momento, le pidió a Dogei que creara una nueva caja, con forma de cubo perfecto, con el mejor de los metales que conociera. Cada cara del cubo debía tener un cristal que permitiera ver el interior, y en cada esquina, también de cada cara, debía aparecer su nombre. Esta urna, tenía que poseer un sistema de cierre que una vez cerrada, nunca más se pudiera volver a abrir.

Durante muchos ciclos obsiales, Dogei estuvo trabajando en el cubo metálico. Nada podía apartarle de su labor, ni el hambre, ni el cansancio, ni la pena que consumía su corazón. Tanto tiempo estuvo trabajando sin descanso, que cuando hubo terminado el extraño recipiente, el botany se dio cuenta de que había perdido casi por completo la vista, lo único que veía era el preciado cubo.
Entonces, la Suma Artista le explicó, la caja que había abierto contenía diminutos seres que harían enfermar a los habitantes de Aldebodal. Al abrirla, muchos se esparcieron por el planeta, pero otros entraron de golpe en el delicado cuerpo de Ardif. Su esencia seguía encerrada en su cuerpo, mientras éste se consumía, y la única forma de salvarla sería introducir su ser en aquel cubo, que con su dolor, su culpa, su amor y el sacrificio de su vista había forjado.
Conjurando a las mayores fuerzas del universo, la Gran Creadora sacó la esencia energética de Ardif y la introdujo en la preciosa urna, que en ese mismo instante comenzó a brillar y a girar sobre sí misma. Al entrar, en cada cara del cubo, a través de cristales, se podía ver el perfecto rostro color mostaza de Ardif, que de nuevo resplandecía. Cuando la Madre le explicó a la joven lo ocurrido, no hubo reproches, no hubo castigo, pues sin el amor de Dogei no hubiera sido posible su regreso. El fornido hijo de Sójor abrazó el cubo, como si tuviera el cuerpo de su amada de nuevo entre los brazos, y la Suma Hacedora, ante la visión de tanto amor, les concedió el don de ser capaces, juntos, de curar y erradicar todo mal, de todo aquel que acudiera a ellos afectado por la enfermedad o la pena más profunda.

Así, cuentan los ancianos de la región de Sollirhama, como a ellos en su día les contaron los ancianos, que en lo más profundo de los bosques de Sollirhama, existe un claro, con un pequeño templo circular, que aparenta estar viejo y ajado. En lo alto, una cúpula dorada y sobre ella, un pendón con una bandera de fondo magenta. En la tela se puede apreciar, grabado en color mostaza, una gran mano abierta, y sobre ella flotando, una estrella resplandeciente.
El templo no tiene puertas ni entradas, a los ojos de cualquier ser vivo sano. Mas aquel enfermo que se acerque al oráculo, o cualquiera que lo encuentre sintiendo una pena debastadora, lo hallará sin paredes, con un pedestal en el centro y la cúpula dorada flotando en lo alto. Subido a dicho pedestal hay un fornido botany de piel magenta, ciego y con un brazo extendido. Sobre la mano de este brazo, flotando, sin dejar de girar, un cubo con una joven hermosa figura mostaza en su interior, que con sólo una palabra, es capaz de alibiar cualquier tipo de sufrimiento.

Si tu pena es profunda, si nada puede desterrar tu mal, busca en lo más profundo de los bosques de Sollirhama.

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