jueves, 25 de enero de 2007

Trunk, el treico, y Suaga, el triga. - 1ª Parte

Cuentan las ancianas mineras de manos ajadas, de la región de Sójor, que en lo alto de una de las montañas, en la cúspide más elevada, vivía un treico.
Un treico en Aldebodal, es algo similar a un ogro, salvo que no son feos, son hermosos. Muy hermosos. Su carácter es desagradable, frío, traicionero, egoísta, calculador, ladino, desconfiado, grandes comerciantes, bruto, tosco en sus modales, y casi todo lo negativo que se os pueda imaginar, salvo sucio, descuidado o mal hablado, ya que cuidan mucho su aspecto externo, pues saben que es lo que les proporciona cierto encanto, necesario para embaucar. Suelen vivir en lugares aislados, pues no les gusta convivir con los demás seres de Aldebodal, sin embargo, tienen una necesidad obsesiva de sexo, y puesto que no soportan a los de su propia especie, los treicos acuden a lugares repletos de botany y otros seres hermosos.
Nadie sabe cómo lo hacen. Con un sólo gesto, con un movimiento de cadera, con una una mirada, son capaces de envolver y hacer olvidar todo prejuicio respecto a ellos. Hay quien dice que utilizan aromas, algunos afirman que son hechizos, pero nadie sabe realmente cual es su técnica. Los captan, los utilizan, los vuelven locos de placer, y los dejan tirados a la mañana siguiente en el mismo lugar donde se encontraron.

La historia que cuentan las ancianas, habla del treico más hermoso que jamás hubiera existido, pero también el más perverso: Trunk. Una noche en la que las dos lunas de Aldebodal brillaban en todo su esplendor, haciendo que la magia pudiera casi respirarse, Trunk, descendió de su maravillosa mansión en lo alto de la montaña, pues los dos satélites habían disparado sus ansias de sexo. Y mientras bajaba elegante, pensando en qué estrategia emplearía en aquella jornada de "caza", escuchó un lamento hermoso. Era un un gemido de auxilio, pero a la vez era sumamente dulce y embriagador. Pensó en olvidar el hecho, mas cuando iba a seguir su descenso, entre el bosque que cubría la montaña, volvió a escuchar la dulce queja.
No fue su compasión lo que le llevó a buscar el origen del sonido, ya que carecía de ella, o la tenía poco desarrollada, sino más bien su curiosidad. Como el gemido se repetía, fue fácil seguir su rastro sonoro. Y su sorpresa fue enorme al descubrir que, quien emitía aquellas dulces llamadas de auxilio, era un triga...

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