miércoles, 16 de mayo de 2007

Dos días. 18ª Parte

...Llevaban dos días huyendo. Tras resucitar Tuimbus, ambos volvieron a casa rápidamente. Trunck no quería perder ni un segundo más en aquel lugar. Sabía que la Emperatriz le buscaría para rendir cuentas y quería volver a casa para recoger algunas cosas y perderse en Aldebodal. Que nadie supiese donde estaba. Pero ya llegando a su hogar, ambos notaron que algo fallaba. El aire olía distinto, y los árboles parecían moverse de forma extraña, como si les quisieran avisar de lo que se encontrarían al llegar.
Descendieron y subieron andando el monte boscoso donde se situaba el palacio del treico. En la puerta había dos guardias de la Familia de la Emperatriz, y en los balcones se podían ver varios haciendo guardia. Les estaban esperando, o mejor dicho, esperaban el regreso de Trunck.

- ¿Qué tipo de pacto hiciste en el pasado? - le preguntó Suaga, en voz baja.

- Me convertía en el asesino de la Emperatriz. Gozaría de privilegios e inmunidad, en todo trabajo que ella me encomendara, así como de riquezas suministradas por la gran Endora. Asumía el papel sucio que ella no podía llevar a cabo y viviría como nadie en Aldebodal soñó jamás, pero con la condición de no fallar ni ser visto. Si esto ocurría, lo pagaría con mi vida.

- ¿Y cómo pudiste aceptar?

- Soy el mejor, nunca he fallado, ni lo hubiera hecho esta vez, si tú no tuvieses conciencia, ni ética, ni sentimientos positivos hacia los demás seres vivos, ni curiosidad - dijo con un tono de voz, que claramente sonó a reproche.

Al analizar la situación, decidieron dar la vuelta y marcharse a cualquier lugar que no fuera aquel palacio. Una opción era marchar al Continente Aco, donde residían los Sizan. Pero era un lugar deprimente y árido, lleno de peligro y muerte, no era un lugar agradable para pasar una temporada. Así que decidieron recorrer Aldebodal, buscando a las Seis Criaturas Legendarias. Cada Región posee una leyenda sobre un ser mitológico que en su día tuvo algún contacto con la Madre Aldebodal por lo que conceden dones, sanan, auguran el futuro, hacen profecías, o ayudan en casos extremos a quien se lo pide. Son la Hechicera Enarte, en la Región de Sedrev, Ardif y Dogei en Sollirhama, el Pozo de la Cautiva en Sluça, el Ángel sin alas en Sod-Ärom, Haub la bestia en Sójor y las Hermanas Oyepseia en Sajnaran.
Decidieron que el primer destino sería Sedrev, y la enigmática Hechicera de los recién nacidos. Y no por nada en particular, sino por ser uno de los mitos preferidos de Trunck y Sauga.

En un día llegaron a la región del río Edrev, allí comenzron a preguntar sobre la hechicera y cada botany le contaba una cosa. Todas las historias similares, pero ninguna igual, y todas diferían principalemente, en el lugar donde se podía encontrar a Enarte. Fueron dos días memorables: el viaje a lomos de un Suaga-Galaiko, sobre el que se recostaba Trunck y acariciaba dulcemente, cómplices ya en esta huida; las anécdotas de los botany nativos de Sedrev, la risa, el descanso en los bosques junto a ríos que les arrullaban con el sonidos de sus corrientes; el amargo sabor de la incertidumbre, mezclado con el intenso aroma del amor y el dulce de los frutos que las plantas les regalaban, la tranquilidad de tenerse el uno al otro, truncada por pequeños instantes de incertidumbre.

Pero una tarde mientras inspeccionaban una cueva para pasar la noche, unos ruidos en la boca de la caverna les alertaron de que algo ocurría. Era el sonido de una multitud, de un ejército, de numerosas botas caminando y corriendo a la vez, de alientos cansados de buscar lo que no encuentran. Veinte soldados de la Familia de la Emperatriz cortaron el paso a los amantes. Suaga tomó la forma de un Kytubo, uno de los animales más grandes y fuertes de todo el planeta, similar a un oso. Ambos se miraron, y no necesitaron más explicación, se lanzaron a luchar contra aquellos infelices.
Trunck luchaba con sus manos, poderosas y letales, mientras Suaga se defendía con zarpados, mordiscos y fuertes golpes. Pero si algo caracteriza a los guardianes que les atacaban era su perfecta forma física y su maestría en la lucha, por lo que la huida parecía cada vez más improbable.
De pronto, uno de los ágiles soldados consigue subirse a lomos de Sauga y propinarle un golpe en la espalda que hace al triga perder el control de sus extremidades y después el conocimiento. Al verlo, Trunck deja de luchar y cubre con su cuerpo el de su compañero, extendiendo las manos y gritando:

- ¡Basta! ¡Me entrego! La Emperatriz de Aldebodal quiere mi vida y no retardaré más el momento. Pero a él dejadle. No hizo ningún pacto, tiene las manos y la conciencia limpias.

- Tenemos órdenes de llevaros a los dos, ante la presencia de Endora.

Aquello le cayó como un jarro de agua fría. ¿Por qué? ¿Para qué? Trunck se volvió hacia el triga y vio una imagen muy similar a la primera vez que lo encontró en el bosque, lo que hizo que todo su ser temblara de tristeza y miedo a la pérdida...

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