miércoles, 21 de febrero de 2007

Taicomos, el keslar 9ª Parte

... De pronto se abrió la puerta de la enorme cocina, y un fardo gigante de sábanas y toallas entraron por ella. A Suaga le dio la risa pues parecía que estuvieran encantados y se bajasen solos a lavar. Trunck le miró sorprendido, para él era algo tan cotidiano que no le extrañaba, pero le hizo gracia ver reír al triga. De hecho, de un tiempo para acá, escuchar o ver reír a Suaga era lo que más le gustaba oír, lo que más le llenaba.
Al sonido de las carcajadas, el montón de ropa se frenó, y extrañamente dijo:

- Hace tiempo que no oigo reír así a nadie en este palacio, y el señorito nunca fue de reír a carcajadas. No es cautivador ni excitante.

- Eso no es cierto - dijo rápidamente Suaga -. No hay nada en el mundo que me pueda seducir o excitar más que reírme a pulmón partido.

- ¿Veis? Lo que yo decía. No es el señorito el que ríe de esa manera - y dicho esto siguió su camino hasta la lavandería.

Suaga miró a Trunck, y éste con media sonrisa le hizo un gesto, dándole a entender que, en breve, lo hilaría todo. Y así fue. Al cabo de unos minutos, de la lavandería salió un diminuto ser de color blanco como el agua que mana de la montaña de la Emperatriz, orejas extremadamente largas y puntiagudas, con varios pendientes en ellas. Varias coletas, se alineaban formando una cresta de pelo lila. Tres grandes ojos amarillos miraban hacia el triga, y una enorme nariz alargada, parecía marcarles la dirección en la que mirar. Como no podía ser menos, la boca también era enorme, y sus dientes perfectos relucían en una agradable sonrisa complaciente. La piel blanca del ser era tersa y suave y brillaba de puro lustre. Sus brazos no eran muy largo, y sus manos tampoco muy grandes, en comparación con sus enormes y alargados pies, recubiertos por unas anaranjadas zapatillas que terminaban en una punta que miraba hacia arriba.

- Taicomos te presento a Suaga. Es el inquilino que ha estado durmiendo en la habitación del ala oeste, al que hemos estado cuidando para que se recuperase...

- Bueno, señorito, faltaría a la verdad si me atribuyera algún mérito, ya que los cuidados se los ha procurado usted. A mí sólo me dejaba lavar la ropa sucia - contestó pícaramente, con una sonrisa burlona, Taicomos-. En cualquier caso, encantado de conocerle Suaga, yo soy el ayudante para el orden del hogar, del Señorito. Si necesita cualquier cosa que esté a mi alcance, sólo tiene que pedírmelo.

Y dicho esto, pasó cerca del treico, le miró, le guiñó el ojo rápidamente y sin pararse, y salió por una puerta que daba a los jardines.

- ¿Tienes un sirviente?

- Él lo decidió así - contestó Trunck-. Lo conocí una noche jugando a los dados en una posada cercana. Hablamos de nuestras vidas, bebimos amistosamente, y al terminar la noche me dijo que se ponía a mi servicio, que le daba igual lo que yo quisiera o pensara hacer al respecto, él se venía al palacio y cuidaría de mí. Es lo que tienen los keslar - la cara de Suaga se quedó paralizada al oír este nombre - se les mete algo entre ceja y ceja... ¿Qué te ocurre? - le preguntó al percatarse de su cara.

- ¿Taicomos es un keslar? - Trunck asintió con la cabeza - ¿Un sirviente de la Emperatriz?

- De hecho, según cuenta Taicomos, es uno de los cuatro keslar que ayudaron a la emperatriz Endora I a desterrar a los Sizan al continente Aco*.

Suaga, aún desnudo, se acercó cálidamente a Trunck, de nuevo el cuerno brillaba, y le abrazó, como si estuviera orgulloso de conocerle.

- No sabía que el ser que me salvó de la muerte, era un ser tan importante... - el tono de su voz era jocoso y juguetón. Y de nuevo, en el suelo de la gran cocina del palacio del treico, las emociones y los sentidos se adueñaron del tiempo y el espacio...

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